jueves, 24 de enero de 2019

Nisargadatta Maharaj



Anoche sentí un estruendo que hizo temblar todo mi interior. Era el final de una larga serie de días y noches escuchando a un sabio redoblar los tambores que yacen en la tierra. El nombre de ese sabio (jnani) es Nisargadatta Maharaj. Fue a raíz de la lectura de la Trilogía del Kriya Yoga de Babaji que escuché por primera vez la palabra jnani. Un jnani es un sabio auto realizado por la vía del conocimiento. Jnana quiere decir sabiduría, la “i” agregada consuma a aquel que la encarna. En varias momentos de la Trilogía del Kriya Yoga de Babaji, se nos presenta al más conocido y majestuoso de los jnanis del siglo XX, Ramana Maharshi, el sabio de Arunachala, (que por cierto, merece una o varias entradas en este blog de forma obligada). Fue entonces que azotado por un impulso devorador busqué más datos sobre la figura de Ramana Maharshi, visualicé documentales, textos y comentarios sobre los textos del gran maestro del “silencio”; (Hay un documental ganador del festival de Cannes en 2015 que nos presenta su figura, “Jnani”, se puede encontrar en YouTube con subtítulos en 25 idiomas diferentes que recomiendo ver encarecidamente).

Consecuencia de dicha búsqueda leí unos comentarios de David Godman (gran recopilador, escritor y divulgador inglés de diferentes maestros advaita), sobre un jnani cuyo nombre es Nisargadatta Maharaj. Había pasado unas cuantas semanas dedicando varias horas al día a Ramana Maharshi, así que pensé que una evolución natural era leer a Nisargadatta Maharaj, además tenía tiempo y me sentía con cierto impulso. Encontré con facilidad su obra más emblemática, “Yo soy eso” y comencé su lectura.

Lo que en esas páginas me encontré fue inmensamente revelador. Cada día me sumergía en constantes torrentes de palabras que hacían vibrar hasta la última célula de mi cuerpo. Las conversaciones recogidas con los visitantes que acudían a verle me dejaban perplejo. Gente de toda condición, eruditos, escépticos, ateos, religiosos, curiosos, indios, occidentales, mujeres, hombres… o quien quiera que se acercase, era quemado por el calor de sus palabras. Nisargadatta es un jnani osado, interrogador, provocativo, nada de esa imagen preconcebida de un sabio que sólo habla cuando aterriza en este mundo. A él le gustaba la conversación y animaba a que le preguntasen. Era capaz de desmoronar a las mentes seguras de ideas inamovibles como el acero y reducir sus argumentos a una bola de papel, como si un elefante aplastase a una hormiga, tal era su fuerza. La historia se repite capítulo tras capítulo, alguien se acerca a hacerle una visita, se presenta y cuenta algunos detalles de su vida, (su profesión, su práctica, su sadhana, qué le trae por la India, los maestros que ha conocido o visitado), y Nisargadatta le instiga a preguntar. La cantidad de conversaciones es interminable, (el libro tiene más de 500 páginas), y en ninguna encontramos una pregunta o enigma que no sea capaz de dar respuesta con un profundo significado.

Libre de contradicciones o paradojas se desenvuelve como un cocodrilo gigante en el cauce del río. Sabía exactamente el lugar en el que sus interlocutores se encontraban y prendía la llama en su punto más débil, a modo de un fuego rojo y abrasador de argumentos y teorías dejaba totalmente destruidas las certezas del visitante. Jamás he visto a nadie contestar a una infinidad de cuestiones de semejante calado como él hace, como si de un cazador se tratase, hostigaba a cualquiera de las mentes que se acercaban a su bosque y les daba caza reduciéndolas a cenizas. Cual cazador se vale de herramientas poco refinadas, y así se mostraba Nisargadatta, él no era un erudito ni un estudioso, sólo necesitaba sus flechas y su afilada navaja para dar muerte irrevocable a las argucias de la mente de todas las criaturas mortales que se presentaban ante él. No había trampa alguna, ni tampoco trucos, sino el inconmensurable poder que puede adquirir la palabra en manos de un sabio advaita auto realizado, todo estaba ahí, tan cristalino y claro como es el agua de un arroyo que acaba de nacer.

Durante dos meses le dediqué la mayor parte de mi tiempo, leyendo y releyendo las preguntas y respuestas de todas las conversaciones recogidas. Nadie puede no verse reflejado en una buena parte de las cuestiones que allí se plantean, como si un destello apareciese sobre el alma, la despierta y la vuelve mirada atenta de lo que acontece. A cada cuestión sobrevenía una respuesta que poseía el poder y el fulgor de las estrellas. En un ejercicio de mayeútica socrática como nunca había encontrado, Nisargadatta es capaz de posarse en la noche más oscura del alma y encender una bengala. Con una agilidad mental innata, espontánea, impredecible hasta decir basta, el corazón del aspirante se derrite como cualquier cuerpo que se acerca a la superficie solar...

No ha sido una lectura fácil, la cantidad de información reveladora que uno tiene necesariamente que absorber obliga a una lectura pausada y seguida de una meditación. Pero no por su abstracción o por su lenguaje enrevesado, sino para poder digerir la ingente cantidad de cambios que su sabiduría suscita en cuestiones sumamente capitales. A veces quería seguir leyendo y devorando páginas para ver si mi asombro se saciaba, pero era imposible, mi pequeña mente filosófica era incapaz de seguir el ritmo de semejante león de Dios, como si una lluvia de cometas impactasen en lo profundo de mi ser. Cuando terminé el libro no tenía ninguna duda de que lo más sensato era comenzarlo de nuevo. ¡Om Kriya Babaji Namasté!

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