martes, 2 de octubre de 2018

Ego, idealismo y Kriya Yoga


Atendiendo a la etimología de nuestra lengua, la palabra “persona” proviene del griego, del término prósopon, que significa máscara. Máscara en griego está formado por dos palabras pros (delante) y opos (cara). Eran empleadas en el teatro, los intérpretes las usaban para aludir los sentimientos de los personajes y ganar expresividad ante los espectadores.

Siguiendo este hilo etimológico vemos que las personas, el ego o la identidad, apuntan a la existencia de máscaras, muy atribuibles por cierto a la “personalidad” de la gente. Hagamos una pequeña película muy aplicable a la gran mayoría de personas que conocemos.

Desde el momento del nacimiento, todas las personas se van desenvolviendo en un entorno, acompañado de los primeros cuidados esenciales de sus padres, que le alimentan y protegen en sus primeras pasos. Muy temprano también empieza a recibir una educación, que suele extenderse hasta la edad adulta, y que ésta a su vez, es permeable a numerosos condicionantes culturales, que corresponde a una época histórica concreta. A ello habría que añadirle algunos condicionamientos genéticos que en ocasiones inclinan la balanza, así como todas las experiencias ordinarias o extraordinarias que a uno le toca vivir. Podemos decir que esa es la receta de la personalidad e identidad que con los años la gente va forjando.

Es un buen cóctel de infinitas particularidades y combinaciones, en la que la mente elabora una identidad para sobrevivir en el mundo, al que también podemos referirnos como ego, yo o identidad personal. Desde ese centro de mando tan consolidado por los años, diseccionamos y comprendemos la realidad, la interpretamos desde la ventana que hemos construido, juzgamos y valoramos las diferentes situaciones vitales que se suceden constantemente y sin descanso en lo que llamamos vida. 

Bajo esa creación de la personalidad valoramos desde nuestra perspectiva lo que está bien o lo que está mal (la moral), también establecemos lo que es deseable o repudiable para cada uno de nosotros, decretamos el significado de éxito o fracaso en nuestra cabeza, y así indefinidamente se forja la perspectiva bajo la que interpretamos el mundo. Siguiendo el hilo de la exposición podemos entender que a una buena parte del planeta le gusta comer cerdo, mientras que un judío lo tiene prohibido y ven mal en ello. En occidente el consumo de alcohol está al orden del día mientras que otras culturas lo tienen vetado. Y se podría continuar así con cientos y cientos de ejemplos propios de cada civilización y sus costumbres.

Con los cambios históricos también sucede, y cada época y lugar, por los detalles comentados muestran sus particularidades y su forma de ver el mundo. No entramos aquí a valorar dichos condicionamientos culturales, tan sólo subrayar la diversidad de puntos de vista que existen y podemos encontrar. En la época de mi abuelo besuquearse con la pareja en plena calle era provocador y de mal gusto, hoy se puede ver como algo romántico y nada insultante. Que las perspectivas del mundo varían según lo antes mencionado es algo evidente y podríamos seguir así, con numerosos ejemplos hasta que nos cansemos.

Lo que aquí conviene subrayar básicamente es que cada uno tiene una perspectiva de las circunstancias que le rodean, y su mente como vehículo conductor se va forjando sosteniendo un tipo de ideas u otras, y que al final le hacen a cada uno ver el mundo con sus ojos, o desde su ventana, sin que necesariamente el vecino lo comparta. Aquí surge una tremenda paradoja, y es que habitando un mismo mundo, cada uno lo interpreta desde su sillón. La mente va partiendo y dividiendo la realidad y de ella surgen las ideas a las que adherirse. 

Aunque filósofos como Anaxagoras y Platón albergan en su filosofía el germen de estas preguntas radicales, la problemática se desarrolla especialmente mucho más tarde. Los filósofos del siglo XIX abordaron estos enredados problemas que se da entre los contenidos de mi mente y el mundo, filósofos de la talla de Leibniz, Kant, Hegel o Berkeley se encuentran entre ellos. El idealismo es quizás la escuela que más empeño puso en destripar estas cuestiones. 
A modo de resumen podríamos decir que la tesis idealista  considera la idea como principio del ser y del conocer, y que el mundo es, en cierto modo, una creación mental. Más allá de nuestra mente, lo que concebimos por realidad exterior, no es verdaderamente real. Conviene subrayar esto para evitar críticas absurdas, que estos pensadores aludían a los procesos mentales. Si ves un tigre en el jardín de tu casa, corre. Si un tejado se desprende apártate. Que de la bellota sale un roble no cabe discusión, es importante recordar que lo que aquí trataban es la elaboración de la propia visión del mundo mediante los complejos procesos de la mente.
Para la corriente idealista, toda realidad exterior no es más que el producto de una idea que proyecta nuestra mente. Idea proviene del griego, su raíz es idein, que significa “ver”.  Aunque el idealismo tuvo diferentes ramas (objetivo, subjetivo, absoluto, trascendental...) nosotros nos centraremos, acorde al tema que estamos tratando, en el denominado idealismo subjetivo. De él se desprende las siguientes ideas importantes, a saber:
1- Que el mundo exterior no es autónomo, sino más bien depende del sujeto que lo percibe.
2- La construcción de lo que tomamos por mundo o realidad, no es más que un conjunto de ideas que no existen fuera de nuestra propia mente.
Schopenhauer en su obra magma, “El Mundo como Voluntad y Representación” decía a su manera, que el sujeto “es el ojo que todo lo ve”.
Toda la problemática que hemos descrito aquí, adquiere un nuevo significado si lo tratamos desde la perspectiva de la filosofía oriental, a la par que se libra de un plumazo de los numerosos obstáculos que van saliendo en el camino, y es que a la postre, nosotros no somos los contenidos de nuestra mente. 
Desde diversos tipos de yoga y otras tradiciones espirituales, como el budismo o el taoísmo, (solo por citar algunas), los contenidos de la mente no es lo que nos define. Esto choca frontalmente con las ideas instauradas en nuestro tiempo e impuestas por nuestras sociedades desde diferentes frentes, ya que en nuestro entorno inmediato se potencia constantemente, yo soy esto, yo soy aquello, yo, yo yo yo... y esta extraña enfermedad hace que deambulemos por el mundo como gallina sin cabeza, no sin pagar un alto precio por ello. Para entender esta postura lo primero que uno tiene que hacer es bajarse del caballo, darse un baño de desapego y observar dentro de sí. 
Percatarse de que uno no puede definirse por los contenidos de la mente, por su trabajo, posición social o la idea de éxito que haya desarrollado con mayor o menor eficacia. La individualidad instalada debe desaparecer del escenario, una renuncia valiente que muy pocos son capaces de intentar. El ego en nuestros días ha llegado a un estado de desarrollo endémico potenciado por la tiranía de la  belleza  y felicidad constante que proyectan las redes sociales, que se proyecta sin descanso, a cada minuto, alimentando el falso ego que se toma como auténtico, en un proceso de identificaciones mentales que parece no tener fin. Todas las fotos de Facebook o Instagram llenas de sonrisas, viajes, comidas y cenas, bañadas por un porno esteticismo impecable que nunca revelan ni un ápice de insatisfacción. Obviamente la realidad es otra, no podía ser de otra manera, y el mundo sufre bajo ese manto de apariencias virtuales. Buena prueba de ello es el estrés, la ansiedad y la millonaria industria de pastillas antidepresivas.
Pero no hay que perder la esperanza, la seriedad de uno en este punto le puede llevar por nuevos caminos. Lo que aquí se propone es des-identificarte de tus procesos mentales, comprender que no conducen a tu esencia y que ni por asomo te constituyen, en otras palabras, los pensamientos no te definen. Aquí la verdadera identidad de uno es algo mucho más profundo, el ser de cada uno de nosotros late en el interior y permanece encubierto, pero no lo dejamos respirar porque todos nuestros pensamientos y sus ajetreos los sepultan en su fondo. Para sacar la joya que mora enterrada, hay que hacer limpieza de pensamientos, sacudir nuestra mente, que desde el nacimiento no ha parado de generar basura. ¿Y eso cómo se hace?...
En este punto creo que no hay recetas rápidas e inmediatas, por otro lado existen personas mucho más versadas e indicadas que yo para mostrar el camino. Lo que si se puede decir es que es un proceso gradual con diferentes ingredientes, quizás el más importante sea la meditación (dhyana). Con la práctica y el avance de la meditación uno puede ir apartando maleza para despojar el camuflaje hasta alcanzar el claro del bosque, donde la mente se aquieta y deja de parlotear. Ya decía el siddha Patanjali que cuando las oscilaciones mentales se detienen, uno reposa en su verdadera naturaleza, de otra manera su ser se moldeará y adoptará la forma de las oscilaciones de la mente, (YS-I, 3-4).



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