"Todas las experiencias incluídos los sueños surgen de la ignorancia" dice el maestro tibetano Tenzin-Wangyal Rinpoche. En su obra "El Yoga de los Sueños", tiene una introducción sobre el tema tan brillante, que no he podido evitar escribir sobre ella. Aunque el título de la entrada hace referencia a Patanjali y a su obra clásica de los Yogasutras, el trato que se le da a la ignorancia (avidya) en ambos campos (budismo y yoga) es muy similar en su estructura y forma, por no decir que son casi idénticos. Las diferencias entre ambos campos se darán a un nivel metafísico muy ulterior, que poco tienen que ver con el tema que nos proponemos a tratar ahora.
Para los occidentales, decir que las experiencias y los sueños brotan de la ignorancia es una afirmación que puede resultar chocante, así que nuestro primer paso es definir la ignorancia. Podemos definir dos tipos de ignorancia: la ignorancia innata y la ignorancia cultural. La ignorancia innata es la característica que define a todos los seres ordinarios y la base de maya o samsara. En ella lo que ignoramos es nuestra verdadera naturaleza (purusa), y la verdadera naturaleza del mundo, que resulta en los enredos con los engaños de la mente dual. Es la identificación con los procesos psicomentales que emergen de nuestra mente la que nos hace creer que existe un yo y como consecuencia un otro. La mente particiona y conceptualiza la realidad teniendo un "yo" como centro, que es correspondido por los movimientos mentales, naciendo un "ego" con el que nos identificamos constantemente, dándole una identidad y existencia al torrente de nuestros pensamientos, bajo esa identificación con lo que creemos ser caemos en la ignorancia. Como consecuencia de esa perspectiva dualista nos encontramos con que:
"El dualismo rectifica las polaridades y dicotomías. Divide la unidad indivisible de la experiencia en esto y aquello, lo bueno y lo malo, tú y yo. Basados en estas divisiones conceptuales, desarrollamos preferencias que se manifiestan como ambición y aversión; éstas son las respuestas habituales que definen aquello que identificamos como lo que somos. Queremos esto y no aquello, creemos en esto y no en aquello, respetamos esto y menospreciamos aquello. Queremos placer, comodidad, riqueza y fama, y tratamos de escapar del dolor, la pobreza, la vergüenza y la incomodidad. Queremos estas cosas para nosotros mismos y para aquellos a quienes amamos, sin importarnos lo que suceda a los demás..."
De nuestra ignorancia respecto a lo que somos, y lo que el mundo realmente es, nace y se consolida esa dualidad epistemológica que desarrollamos fuertemente de manera innata. Es una ignorancia de carácter metafísico, de primer orden, en una categoría ontológica que escapa a nuestro alcance. Yo, el mundo, los demás, todo como entes externos e individuales ajenos a mi. De esta primera ignorancia con la que nacemos es de donde surge nuestra visión errada de lo que somos y de lo que la naturaleza es, como si hubieramos nacido con una lente desenfocada que distorsiona e impide cualquier claridad. Es la caverna de Platón, estamos sumidos en la oscuridad y la ilusión. Y la visión dualista del mundo se impone como la más natural y sensata, construida sobre un edificio conceptual al que llamamos realidad. Una superposición de imágenes que aparecen constantemente en la mente.
El segundo tipo de ignorancia con el que vamos a tratar es la "ignorancia cultural" el individuo nace siempre en una circunstancia, en un entorno, y será ahí donde se agudice esa ignorancia con más fuerza a través de la tradición y el entorno cultural.
"Existe un segundo tipo de ignorancia que está condicionada culturalmente. Aparece cuando los deseos y las aversiones se institucionalizan en la cultura y se codifican en el sistema de valores. Por ejemplo: en India, los hindúes creen que es incorrecto comer carne de vaca, pero consideran apropiado comer puerco; en cambio, los musulmanes creen que es apropiado comer carne de vaca, pero tienen prohibido comer puerco. Los tibetanos comen ambos. ¿Quién está en lo correcto? El hindú cree que los hindúes están en lo correcto. El musulmán cree que los musulmanes están en lo correcto. Y el tibetano cree que los tibetanos están en lo correcto. Estas diferentes creencias surgen de las predisposiciones y creencias que son parte de cada cultura, no de una sabiduría básica."
Es lo que en antropología se conoce como el relativismo cultural. Son las costumbres y los sistemas de valores de la cultura en la que nacemos, que se trasmiten a través de las generaciones, dando forma a la cultura y los valores morales que condicionan cada sociedad y cada época.
"La ignorancia cultural se desarrolla y preserva en tradiciones; permea todas las costumbres, opiniones, sistemas de valores y de conocimiento. Tanto los individuos como las culturas aceptan estas preferencias como algo tan fundamental que las confunden con el sentido común o con la ley divina. Crecemos apegados a ciertos valores, a un partido político, un sistema médico, una religión, una opinión acerca de cómo deben ser las cosas. Pasamos por la escuela primaria, la secundaria y quizá la universidad y, en cierto sentido, cada diploma es un trofeo ganado en el camino del desarrollo de una ignorancia más y más sofisticada. La educación refuerza el hábito de ver el mundo a través de determinado lente. Podemos volvernos expertos en una perspectiva equivocada, volvernos muy precisos en nuestra forma de entenderla y relacionarnos con otros expertos. Lo mismo puede ocurrir con la filosofía, en la que uno aprende con detalle sistemas intelectuales y desarrolla la mente para hacer de ella un agudo instrumento inquisitivo. Sin embargo, mientras no traspasemos nuestra ignorancia innata, sólo estaremos desarrollando un prejuicio adquirido, no la sabiduría básica. Nos apegamos a las cosas más nimias: una marca específica de jabón o un corte de pelo determinado. En otra escala, desarrollamos sistemas políticos y religiosos, filosofías, psicologías y ciencias."
Si juntamos la ignorancia innata con la que nacemos, en la que nos identificamos fuertemente con los movimientos de nuestra mente y el ego, y le agregamos todo el constructo social que nos permea constantemente, el resultado que obtenemos es el de nuestra propia vida.
"Esto no es malo, es simplemente lo que es; nuestros apegos nos pueden llevar a la guerra, pero también se manifiestan como tecnologías útiles y artes diversas que son de gran beneficio para el mundo. Mientras no seamos seres iluminados, participamos de la dualidad, y eso está bien. En el Tíbet hay un refrán popular que dice: "Cuando estés en el cuerpo de un burro, disfruta el sabor del pasto". En otras palabras, debemos apreciar y disfrutar esta vida porque tiene sentido y es valiosa en sí misma y porque es la vida que estamos viviendo."
El yogui en su camino será un mero espectador, un testigo que observa los avatares y dramas de la existencia humana. El camino del yogui pasa por abandonar los apegos de su mente, el camino para reposar en su verdadera naturaleza. Su posición es de ecuanimidad, no se inclina ni inmiscuye en los asuntos del ego, ya no valora, permanece en el testigo.
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